Luis Remacha
Sr. Alcalde, Sres. Concejales., paisanos, visitantes, amigos y amigas:
El pasado 3 de julio recibí la llamada de Jesús proponiéndome ejercer de pregonero de estas fiestas de San Roque 2017. Sentí una gran emoción a la vez que dudé en aceptar por la gran responsabilidad que conlleva. Pero esa duda se vio inmediatamente contrastada con la imposibilidad de rechazar ser pregonero de las fiestas de mi pueblo Bordalba al que llevo tan dentro de mí. Por ello lo primero que quiero es dar las gracias a la Junta de la Muriega y al Ayuntamiento por haber depositado su confianza en mí y a los demás, pediros disculpas por mi atrevimiento. Todos me conocéis, soy uno más pero voy a esforzarme en ejercer con dignidad esta misión.
Cuando comencé a pensar cómo encarar este pregón, fueron viniendo a mi cabeza recuerdos de infancia. En esta misma plaza mayor en la que estamos ahora, he jugado al marro, a la alpargata el abadejo, al pan y cucharón, al frontón de verdad con pelota de cuero, he aprendido a ir en bici … En el local parroquial de ahí enfrente vi por vez primera la televisión, aprendí a jugar al guiñote … Aquí, a la fuente, venía a buscar agua con el botijo, crucé a menudo esta plaza corriendo desde la callejilla, viniendo desde las cuatro calles por la calle del Sol para visitar a mis abuelos paternos, Eugenio y Sixta.
En la monumental Iglesia de la que tan orgullosos nos sentimos, a la que he accedido tantas veces subiendo las 22 escalerillas, he sido monaguillo de cara y de espaldas a los feligreses, me he peleado por tocar la campanilla sin dejar de recordar que había que trabajar para cambiar el atril de lado con el misal incorporado; eso sí, con la recompensa de la propina del Sr. Cura, que procedía de lo recaudado en la colecta con la bandeja y que nos apresurábamos en gastar en bolillas en casa de la Vitorina y la Consuelo.
He correteado por todas las calles del pueblo, la Mayor para visitar a mis abuelos maternos, Ciriaca y Timoteo, en cuya casa escuchaba en su radio los triunfos del Zaragoza en la época de los cinco magníficos: recordad, Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. También me ilusionaba recoger con mis hermanos los regalos de Reyes: naranja y barreta de turrón y me gustaba llevar la cabra desde la plaza de San Ramón, por la Camarona a la vicera.
Pasaba por la calle del Hospital para curiosear en la fragua, para buscar el pan en la casa de la Basi y para subir al castillo; por la del Horno, para darnos el remojete en el pilón. La menos transitada por mí, aunque quizás la más pintoresca, la del Castillo.
La calle Bajera era el camino natural para ir a la escuela desde mi casa y recuerdo a mi primer maestro, D. Cayo, a los chicos mayores dando vueltas a la clase a la vez que cantaban la tabla de multiplicar: dos por son cuatro… A D. Cayo le sucedieron D. Emilio, D. Desiderio, D. Angel… Vaya mi gratitud para ellos que fueron quienes me inculcaron las primeras letras y asentaron la base de enseñanzas superiores.
Creo que el modo de vida en nuestro pueblo en aquellos años sesenta de mi infancia distaba poco del que se llevaría desde su fundación hace muchos siglos, cuando probablemente en la Tarayuela habría una torre que vigilaba la presencia de enemigos; las faenas del campo seguían siendo igual de duras, y las domésticas, más de lo mismo, con el único adelanto de la luz eléctrica, que sí que estaba ya cuando yo nací. Recuerdo que era fácil contar desde la cuesta del Rebollar las bombillas que iluminaban nuestras calles; nada comparable con el espectacular alumbrado led que se está instalando. Sin embargo los planes de desarrollo de aquella época provocaron un cambio total; comenzó la despoblación pues muchos emigraron a los polos industriales en busca de una mejor forma de vida. Los que decidieron quedarse, mejoraron también con la llegada de la maquinaria que les permitía prescindir de la ayuda de los hijos en las tareas agrícolas. Es precisamente una buena ocasión para dar las gracias a mis padres, Narciso y Remedios, que se esforzaron para que todos los hermanos tuviéramos la formación necesaria para ganarnos la vida en otros ámbitos laborales. Aunque debo confesar que, a veces pienso en cómo podría haber sido la mía si me hubiera quedado en Bordalba. No sé si más o menos feliz, pero sin duda más pegada a la naturaleza y a sus ciclos, con todo lo bueno que eso conlleva. En este momento debo reconocer el mérito de quienes habéis optado por quedaros en el pueblo. Es a vosotros a quienes debemos la posibilidad de volver y disfrutarlo, aunque yo no lo haga con la frecuencia que debería. La vida me llevó a encontrarme con Pili que también tenía un pueblo, Troncedo, lugar que me acogió como uno de los suyos y que me tira de tal manera que no me permite acercarme al mío todo lo que debiera aunque os aseguro que lo llevo siempre en mi corazón.
Una de las fechas en las que siempre trato de volver son precisamente estas fiestas de San Roque que tanto han cambiado desde su propósito inicial. Situadas en el cénit del verano, posiblemente nacieran para celebrar la recogida de la cosecha y festejarla con el rito purificador de quemar en una hoguera los vencejos utilizados en la recogida de la mies y ya inservibles, aunque aún quedase en las eras mucha faena por hacer, mucho que trillar, mucha parva por recoger. Ahora las fiestas son muy diferentes, existen multitud de peñas con ganas de divertirse, de celebrar el reencuentro de las amistades y contagiar al resto de la población su alegría. Junto a ellas, la Asociación de la Muriega que ejerce como dinamizadora de actividades culturales y lúdicas y que programa multitud de actos para todas la edades con el apoyo del Ayuntamiento.
Por mi parte, espero que la evocación de estos entrañables recuerdos os haya servido para rememorar los vuestros propios. Yo no olvidaré nunca haber tenido esta oportunidad de compartirlos con todos vosotros. Muchas gracias por escucharme. Sólo me queda invitaros a participar y disfrutar plenamente de estas fiestas y de todos los actos organizados por La Muriega en la semana cultural.
Felices fiestas. ¡Larga vida a la Muriega! ¡Viva San Roque! ¡Viva Bordalba!